El bar de El Carrizal de Tejeda se convirtió en un punto fundamental para los corredores que afrontaron los últimos kilómetros de la WAA Ultra 360 The Challenge Gran Canaria
El bar El Cairete de El Carrizal de Tejeda vivió unos días diferentes durante la 360º. Cada cierto tiempo apareció por la puerta algún extraño con un número colgando de la cintura. Lo hacían con las caras medias desencajadas, las miradas perdidas, llenos de polvo, la piel tostada del sol y las piernas tatuadas de heridas que demuestran el calvario que han vivido durante los últimos días. Eran los corredores de la WAA Ultra 360 The Challenge, una de las pruebas de montaña más duras del mundo que recorre rincones insólitos de Gran Canaria.
El Carrizal de Tejeda es un pequeño pueblo situado en los confines de la Isla. Es, con toda probabilidad, el núcleo habitado más lejano a Las Palmas de Gran Canaria adonde llega algún que otro turista por su estrecha y virada carrera. El visitante que pasa por este lugar busca adentrarse en un paraje agreste, semidesértico, donde el agua aparece en los fondos de los barrancos almacenada en presas como la del Parralillo o de Siberio.
Durante la última 360º, los participantes afrontaron en este punto el kilómetro 251 de los 272 que componían el recorrido. Roberto Carlos Acosta apareció por la puerta poco después de las dos de la tarde. Rostro cansado, con dos palos de madera recogidos de algún barranco que sustituyen a sus bastones Leki. “Los dejé atrás en algún lado”, reconocía sin saber muy bien dónde estarán sus palos de más de 100 euros. Por aquel entonces se las apañaba con la solución que le ofrecía la naturaleza.
Acosta se sentó en un taburete y apoyó sus codos en la barra. A su izquierda, los hermanos González y el artesano Saro Pérez, quienes no dejaban de darle consejos sobre cómo acortar camino para llegar antes a Tejeda, meta de la carrera. Él seguía a lo suyo: bocadillo de tortilla francesa con queso para recargar energías de cara a los 20 kilómetros con cerca de mil metros de desnivel positivo que aún le quedaban por delante. Movimientos automatizados. A todo lo que le preguntaban sus acompañantes temporales les viene a decir que sí. No tarda mucho en este avituallamiento, el único que hay en los últimos 50 kilómetros de la WAA Ultra 360 The Challenge, una carrera donde está permitido comprar en tiendas, bares y restaurantes que hay por el camino, pero que prohíbe que alguien cercano al corredor aporte alimentación o hidratación durante el recorrido.
Roberto Carlos abandona El Cairete al trote. Prácticamente detrás le sustituye el grupo formado por Miguel Gunturiz, Guillermo Bethencourt y Juan González. Ellos decidieron sentarse en la mesa del fondo. Cansados, muy cansados, González decide quitarse sus Topo Athletic para que los pies respirasen; Gunturiz apoyaba su cabeza en la mano, con la mirada perdida; y Bethencourt charla con los hermanos González y Saro, quien le apuntaba que lo que acaban de pasar le llaman “el valle de las lágrimas” por su dureza.
El camarero les canta el menú: carne cochino frita, carne cabra, calamares, papas arrugadas… nada de lo que dice parece convencer al grupo de corredores. “También hay bocadillos de tortilla francesa con queso”, le cuentan otro de los clientes que ha comprobado que ha sido el plato estrella de los participantes que han parado en este punto. Dicho y hecho: tres bocadillos de tortilla francesa con queso, respondía el catalán González, productor del podcast El Laboratorio de Juan donde analiza material deportivo. “Tenemos queso de plato”, le responde el camarero. “No, en el plato no, en el bocadillo”, le replica González que desconoce la denominación que tiene el queso Gouda en Canarias. Y unas papas arrugadas que llegan a la mesa embadurnadas de mojo.
El grupo de corredores comenta la dureza de la prueba. La noche que pasaron en el macizo de Amurga, donde la orientación les hizo perder mucho tiempo porque no localizaban el camino. También los últimos kilómetros que les han llevado hasta El Carrizal han sido difíciles, con mucha vegetación que les impedía identificar el sendero. Duro pero precioso. Paisajes increíbles, muchos desconocidos para los propios lugareños de la Isla que desconocían barrancos como el de Siberio, que cruzaron por un canal de agua con el que se refrescaron los doloridos pies donde afloran las ampollas debido, sobre todo, al intenso calor que ha hecho en las dos primeras jornadas.
Degustan con calma la comida. Responden a alguna que otra pregunta que le hacen los hermanos González y Saro, que tratan de conocer qué lleva a estos corredores a pasarse más de tres días corriendo por las montañas de la Isla. No hay explicación, es lo que vienen a decir. Es una aventura donde el bar El Cairete es punto fundamental para poder afrontar el último tramo con garantías.
Miguel Gunturiz, Guillermo Bethencourt y Juan González salen con paso firme en dirección a El Toscón, El Aserrador, La Culata y finalmente Tejeda. El último lo hace con un corneto Pivot de Kalise en su mano. Un último lujo antes de afrontar una de las partes más duras del recorrido. Un par de kilómetros más adelante, Roberto Carlos Acosta llega a Timagada con un ritmo alegre bajo el intenso viento, el frío y la lluvia que hacen aparición en la Cumbre. El corredor de Kabranqueros aún tiene fuerzas a estas alturas para correr en los tramos de bajada y trotar en los de subida con poca pendiente.
Ese bocadillo en El Carrizal de Tejeda tiene aún mayor importancia dadas las condiciones meteorológicas que les esperan en la parte alta de la Isla. Ya con la noche cerrada y bajo la niebla, tanto Acosta como el grupo de tres participantes consiguen cruzar la línea de meta de Tejeda con caras de agotamiento. Los últimos abrazándose después de pasar más de 100 kilómetros. Juan González reconocería que esa compañía fue fundamental para avanzar hasta la llegada.
Al día siguiente, el propio González admitió que aquel bocadillo de tortilla francesa con queso le salvó. Supuso el mejor gel o barrita que se podían tomar, sobre todo porque todos ellos aseguraron que ya estaban ahítos de tanta comida empaquetada. El Cairete se convirtió para muchos de los participantes de la pasada WAA Ultra 360º The Challenge en un auténtico oasis en mitad del desierto.